Un año más, la Navidad ha llegado estruendosa y luminiscente a nuestras vidas, con una doble sensación que se respira por las calles. La de esos maestros y profesores felices por la llegada del período vacacional y la de los padres, haciendo malabarismos para conciliar la vida familiar con el trabajo, el campamento urbano y las visitas obligadas a los familiares. Un ambiente propicio para la reflexión y para la auto crítica en el trato a la infancia desde el punto de vista educativo. Momentos en los cuales nos volvemos todos un poco locos consintiendo de más. Mil juguetes, excesos en las comidas, fiestas y ocio sin medida,...
Y con el nuevo año, venga todos a cubrirnos de buenos propósitos. Porque tras la tormenta siempre llega la calma. Y es hora de considerar en qué mejorar para con lo que nos parece importante.
Yo no soy menos, todos los años me gusta fijarme unas nuevas metas (ya en otras ocasiones hemos hablado de los beneficios de crearse metas, puedes leerlo AQUÍ), sueños o proyectos, como siempre digo, alcanzables pero tentadores. Vamos, que supongan un reto, pero que sean relativamente fáciles de cumplir. Así que, este año y desde La atención selectiva, me he fijado unas metas para las cuales trabajar, para las cuales colaborar en la medida de lo posible, para contribuir al desarrollo integral de la infancia desde mi granito de arena. Y ya, si estas metas se cumplen... Felicidad absoluta en el corazón.
Un año más, la Navidad ha llegado estruendosa y luminiscente a nuestras vidas, con una doble sensación que se respira por las calles. La de...