De primeras te hago una advertencia: este artículo no va sobre Cataluña. No es de este tipo de nacionalismo del que quiero hablarte sino de algo mucho más simple e inusual.
A una semana del comienzo de las clases, me gustaría
compartir contigo una reflexión a la que he llegado sólo con el paso de los
años. Es uno de esos aprendizajes de vida que te dan los años de vivencias, de
emociones, de pensamientos, de experiencia, al fin y al cabo. En cierto modo,
siempre he estado relacionada con la educación desde su perspectiva más social:
ayudar, comprender, prestar un servicio. Este siempre ha sido un componente
estrella dentro de mi ideario. Hay quien piensa en hacerse famoso, quien sueña
con ganar mucho dinero, quien quiere mejorar o ser más sabio y adquirir
conocimientos por placer, descubrir el significado de la vida, dejar huella,...
Yo siempre he sabido que mi destino estaría ligado a ayudar a los demás, y son
las profesiones relacionadas con el lado más filántropo de nuestro abanico de oficios
las que me parecen más loables e interesantes. Pero aun con todo, jamás hubiese
imaginado que con el paso de los años encontraría en el mundo de la educación
un motivo para sentir este tipo de orgullo, un sentimiento de fervor y devoción
por un trabajo que no siempre es entendido o visto desde la misma perspectiva
que muchos docentes tenemos de él.
De primeras te hago una advertencia: este artículo no va sobre Cataluña. No es de este tipo de nacionalismo del que quiero hablarte sin...