De la heteroestima a la autoestima, un camino para la transformación social.
Quizás, uno de los pasos más importantes para la transformación social desde el punto de vista educativo, no esté basado o centrado en la edad adulta. Desde nuestra concepción de personas formadas y completas, con unos ideales y esquemas filosóficos que visualizamos desde nuestra experiencia, creemos que tenemos la llave del cambio social. Ese cambio que haga de éste, un lugar mejor, más justo, más comprometido socialmente, más equitativo e inclusivo. Pero lo cierto es, que pasados los pocos años de edad, ya somos catedráticos del cambio social. Nuestra infancia más incipiente es el estandarte de la revolución en contra de las estructuras sociales que no vienen dadas.
Esta semana, publicaba junto con mi compañera Mónica Lemos y para Planeta Hiedra, este artículo sobre adultocentrismo y esta tendencia a considerar a los más pequeños como seres incompletos o poco inteligentes. Como temática central de muchos de mis escritos, así como de muchas otras personas en la actualidad; visualizo la necesidad de mostrar que nuestra infancia tiene la llave para crear una sociedad mejor, pero necesita que le allanemos el camino.
Pero, ¿cómo? ¿Cómo, desde tan tierna edad podemos hacer girar las manijas de la rueda del cambio social? La respuesta, entre otros muchísimos factores, está en el paso que hacemos desde la heteroestima a la autoestima.
Heteroestima, el camino hacia la autoestima.
La autoestima es toda autoevaluación que hacemos de nuestro autoconcepto, entendido este como la percepción que tenemos de nosotros mismos. Según esta valoración sea positiva o negativa, concluiremos con que poseemos una alta o baja autoestima. Pero autoestima, es mucho más que esto.
En los últimos años nos hemos venido percatando de la importancia que el desarrollo de la autoestima tiene para conseguir el objetivo de vida más fundamental, la felicidad. Una alta autoestima se sabe, es predictora del éxito social y constituye uno de los procesos o funciones del organismo más estudiados desde diferentes disciplinas, desde la psicología al desarrollo personal. Sin embargo, es en el mundo de la pedagogía y de la educación, donde cobra una especial importancia. Si quieres conocer más sobre este concepto o bien trabajar en el aula o en casa te recomiendo algunos de nuestros artículos sobre el concepto:
- Baja autoestima la losa del autoconcepto.
- 10 películas para mejorar la autoestima de los más pequeños y adolescentes.
- Efecto de autorreferencia, el autoconocimiento proactivo.
Pero la autoestima no viene de la nada. Sobre los cinco o seis años de edad, momento en el cual el desarrollo infantil llega a la fase de formación del autoconcepto, se producen las primeras valoraciones personales que hacen que comencemos a autorregular nuestra imagen, a autoprotegernos, a formamos un ideal de persona que nos proporcione salud emocional.
¿Y hasta entonces?
Si bien es cierto que cognitivamente no tenemos un desarrollo que nos permita, antes de esta edad, desarrollar un autoconcepto que nos guíe hacia una alta autoestima; esto no quiere decir que no debamos trabajarla o tenerla en cuenta, pues como explico con anterioridad, una alta autoestima incidirá en el éxito social y curricular en general. Los buenos resultados académicos suelen ir acompañados de esta alta autoestima, al igual que también incidirá como consecuencia, en factores como la toma de decisiones, el desarrollo de la resiliencia, la génesis de estados de ánimo positivos, etc. Pero para llegar a la autoestima hay un paso previo, que se gesta desde los primeros años de vida, sin el cual, no hay autoestima posible. Me refiero a la heteroestima.
Heteroestima es la valoración que se hace del amor que nos profesan otras personas. Por el contrario de la autoestima, no requiere una función dependiente del autoconcepto, en su perspectiva más egocéntrica. La heteroestima es, una función vital que pasa totalmente desapercibida, es el aprendizaje del amor en sí mismo.
Durante muchos años, en mi perspectiva personal, me he hecho eco de un dicho popular:
El amor, bien entendido, empieza por uno mismo.
Sin embargo, nunca pude estar más equivocada. Sólo cuando fui madre me di cuenta de la importancia de entender el amor como un arma transformadora, como un paso ineludible para crear conciencia social.
Pero volviendo a la heteroestima, es desde el día uno de vida, que tenemos la capacidad de entender qué es el amor, o por desgracia, de entender su ausencia. La crianza es la zona cero de la heteroestima que determina en muchas ocasiones la futura felicidad del niño. Pero no hay que tomar esto como una meta difícil de alcanzar, con miedo o con ansiedad. Somos genéticamente seres hechos para dar amor, aún cuando no lo hayamos recibido, pues nuestro impulso social de ayuda es infinito. Igualmente, y desde el plano educativo, los primeros años de escolaridad serán determinantes. Mucho más de lo que imaginamos. Desde las primeras relaciones sociales, vamos entendiendo el afecto de diferentes maneras. Un niño que es querido y respetado por sus iguales, que recibe amor y cariño, que es amado desde sus primeras relaciones, que tiene una alta heteroestima basada en la percepción de que es digno de recibir afecto; será un niño feliz que desarrollará un buen autoconcepto que a su vez se traducirá en una alta autoestima. Por el contrario, un niño que es apartado, aislado, etiquetado, percibido como diferente, no querido, estigmatizado y en general con baja heteroestima, será un niño (y sí, probablemente también un adulto) con baja autoestima.
El camino para la transformación social.
Como te comentaba desde el principio, hay un camino para una transformación social, pero necesita que salgamos de nuestra concepción adultocentrista, para entender que los niños pueden cambiar nuestra sociedad. Si conseguimos que toda una generación de niños tenga una visión del amor y del afecto positiva desde los primeros años de vida, habremos conseguido el milagro. Una alta autoestima generalizada, un amor fraternal que favorezca los valores ciudadanos de respeto y de inclusión desde el apoyo a la diferencia y desde el entendimiento de que todo el mundo merece ser amado, es un camino abierto a la transformación social.
Y si bien, desde los hogares, se presupone cada vez más, un modelo educativo basado en el amor y el cariño, desde los centros escolares deberá forjarse desde una visión educativa que priorice las relaciones sociales sanas por encima de todo contenido académico. Hasta la edad de formación del autoconcepto es fundamental que los niños aprendan a dar amor y cariño a sus iguales, independientemente de sus diferencias. De este modo se crea una percepción de valía, una valoración de importancia y de desarrollo de una futura autoestima. La heteroestima estaría ligada entonces al concepto de efecto Pigmalión del que tantas veces hemos hablado aquí, con un aporte de calidad social.
Esto no es utopía, ni charlatanería, la respuesta a una buena autoestima es la percepción sana del amor que los demás nos profesan. En el camino a una revolución social que haga de nosotros seres más evolucionados emocionalmente, el paso de la heteroestima a autoestima es fundamental y representa ese cambio trascendental que desde la adultez miramos como el Ítaca de nuestros días.
Los grandes logros generalmente nacen del gran sacrificio y nunca como resultado del egoísmo.
3 comments
Y si en la infancia no se ha sentido ese amor ni paternal ni fraternal del que hablas, cómo tener una concepción diferenre del amor que permita cambiar nuestras percepciones y nuestras relaciones sociales?
ResponderEliminarPor cierto, muchas gracias por este escrito. Curiosamente ha hecho retrotraerme a mi infancia y entender ciertas carencias tanto afectivas como sociales que hoy, a mis casi 30 años, aún siento y quisiera poder cambiar. Gracias, gracias, gracias.
ResponderEliminarPor cierto, muchas gracias por este escrito. Curiosamente ha hecho retrotraerme a mi infancia y entender ciertas carencias tanto afectivas como sociales que hoy, a mis casi 30 años, aún siento y quisiera poder cambiar. Gracias, gracias, gracias.
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