A menudo, en la crianza y educación de los más pequeños, tanto en casa como en las instituciones educativas, tratamos de que los niños sean felices. Más que a menudo, casi diría que siempre, que es una prioridad para todos nosotros, adultos; mantener a nuestra infancia en un estado de alegría que conserve la inocencia de sus pensamientos y creencias el mayor tiempo posible. Tanto es así, que recientemente nuevas pedagogías educativas, promulgan la felicidad incluso por encima del aprendizaje. O mejor dicho, el aprendizaje en función de la felicidad. Cosa la cual, me parece fantástica.
Los sentimientos y emociones ligados a estados afectivos alegres, aportan numerosos beneficios para nuestros pequeños, que se tornan más generosos, más abiertos al aprendizaje y a la recuperación memorística, más sociales y especialmente, más seguros de sí mismos, con mayor autoconfianza y autoestima.
Sin embargo, no se puede estar alegre permanentemente. Las emociones tienen durabilidad y es necesario conocerlas e interpretarlas para poder sacar un aprendizaje de todas ellas. En este sentido, una de las emociones que mayor aprendizaje demuestra, aun cuando es de tipo negativo, es la tristeza. Nadie en su sano juicio querría ver a un niño triste, pero, ¿qué me dirías si te propongo hoy, que estados emocionales tristes también promueven aprendizajes significativos?
Además, la tristeza puede producir elevación de la frecuencia cardíaca, aumento de la presión arterial o descenso de la temperatura corporal.
Es una de las seis emociones primarias, junto con la sorpresa, el asco, el miedo, la alegría y la ira. Mientras que las emociones secundarias (como por ejemplo la vergüenza, la decepción o la envidia) surgen en torno a los tres años de edad, las primarias, entre las cuales se encuentra la tristeza, son innatas. Y esto ocurre por la importancia que en su día tuvieron para la perpetuación de la especie.
Aunque es natural para los que se encuentran inmersos en un estado emocional triste, una reducción en el nivel cognitivo así como un déficit en la toma de decisiones y en la resolución de problemas sociales; si atendemos a su carácter adaptativo (prototípico de toda emoción), es cuando descubrimos que también facilita el aprendizaje.
Pero además, los estados emocionales relacionados con la tristeza favorecen una visión positiva, valorando otros aspectos de la vida que hasta ese momento pasaban inadvertidos. Cuando un niño pequeño, o un adolescente (en este caso, más frecuentemente), atraviesa un momento difícil que le produce tristeza, puede desarrollar una visión más madura aprendiendo a valorar aquello que le hace feliz. Un claro ejemplo, son las primeras decepciones con las amistades, que fomentan una idea más fuerte del concepto de familia.
Pero el mejor aprendizaje derivado del sentimiento de tristeza, es en mi opinión, la aparición de empatía. Cuando atravesamos un momento difícil, somos capaces de verlo en otras personas, o viceversa. En las primeras etapas del desarrollo es importantísima la estabilidad que producen modelos alegres y de tranquilidad, en los cuales encontrar armonía vital. Sin embargo, sólo cuando un niño es capaz de comprender el sentimiento de tristeza de su igual, ha desarrollado empatía.
Por último, otro aprendizaje derivado de la tristeza sería el autocontrol. Nuestra infancia hace una valoración de sus comportamientos continuamente. Se preocupa de si está haciendo bien las cosas, si se está “portando bien”. Del mismo modo, aprende día a día de sus emociones tristes. La rabieta, el llanto y ese momento de tristeza que parece que no acaba, es un aprendizaje de cómo funciona su organismo y de la propia capacidad de superación.
Y para acabar con esta más que didáctica emoción, ¿cuándo preocuparnos?
Es muy habitual que mostremos preocupación cuando los más pequeños de la casa, ya ni que decir en la escuela o instituto, se muestran tristes. Para mí, lo principal es saber diferenciar entre proceso o rasgo.
Si la emoción, es un cambio puntual en el comportamiento del niño, que se produce en un momento dado y con una duración de tiempo limitada, no debe preocuparnos. Como hemos visto hoy, ese estado negativo ayudará a crecer y superarse al niño en cuestión y sólo será cuestión de tiempo que vuelva a su comportamiento habitual. No hay motivo de preocupación si es, como en este caso, un proceso emocional.
Si por el contrario, en un niño es habitual esta forma de comportamiento o de responder emocionalmente a cualquier estímulo (rasgo emocional), será necesario hablar con él para entender a qué viene un sufrimiento continuado. En momentos en los cuales el bullying parece estar a la vuela de la esquina, toda atención resulta vital.
Así, que si ves a tu alumno de la última fila, o a tu hijo el del medio, o aquella niña del parque triste, ya sabes lo que esto puede producir en su comportamiento y que toda emoción tiene un valioso aprendizaje tanto en la infancia, como en todas las etapas de la vida.
Los sentimientos y emociones ligados a estados afectivos alegres, aportan numerosos beneficios para nuestros pequeños, que se tornan más generosos, más abiertos al aprendizaje y a la recuperación memorística, más sociales y especialmente, más seguros de sí mismos, con mayor autoconfianza y autoestima.
Sin embargo, no se puede estar alegre permanentemente. Las emociones tienen durabilidad y es necesario conocerlas e interpretarlas para poder sacar un aprendizaje de todas ellas. En este sentido, una de las emociones que mayor aprendizaje demuestra, aun cuando es de tipo negativo, es la tristeza. Nadie en su sano juicio querría ver a un niño triste, pero, ¿qué me dirías si te propongo hoy, que estados emocionales tristes también promueven aprendizajes significativos?
TRSTEZA, LA EMOCIÓN PRMARIA.
La tristeza es una emoción cuya característica principal es su marcada base negativa. Se trata de una barrera ante las amenazas externas que produce un decaimiento en el estado de ánimo. La expresión típica de una persona que muestra tristeza es un descenso y unión de las cejas, junto con un descenso también de la comisura de los labios. Pero el rasgo más significativo, quizás en los niños, es una lenta inclinación de la cabeza y una mirada cada vez más abajo. Como si el suelo pudiese paliar la congoja del sentimiento.Además, la tristeza puede producir elevación de la frecuencia cardíaca, aumento de la presión arterial o descenso de la temperatura corporal.
Es una de las seis emociones primarias, junto con la sorpresa, el asco, el miedo, la alegría y la ira. Mientras que las emociones secundarias (como por ejemplo la vergüenza, la decepción o la envidia) surgen en torno a los tres años de edad, las primarias, entre las cuales se encuentra la tristeza, son innatas. Y esto ocurre por la importancia que en su día tuvieron para la perpetuación de la especie.
Aunque es natural para los que se encuentran inmersos en un estado emocional triste, una reducción en el nivel cognitivo así como un déficit en la toma de decisiones y en la resolución de problemas sociales; si atendemos a su carácter adaptativo (prototípico de toda emoción), es cuando descubrimos que también facilita el aprendizaje.
APRENDIENDO DE LA TRISTEZA.
La tristeza es una emoción que tiene un valor adaptativo no tan claro como otras emociones como el miedo o la ira, más ligados a la autodefensa. La función adaptativa de la tristeza estaría relacionada con la reintegración. En este sentido, esta emoción nos vincularía a nuestro comportamiento más social. Estados emocionales tristes, aumentarán la relación con otras personas, en el caso de los más pequeños, buscando el consuelo y la ayuda que necesitan para salir adelante. Este hecho, estará estrechamente relacionado con la capacidad para pedir ayuda y a la resiliencia, como voluntad de superación en los momentos más difíciles.Pero además, los estados emocionales relacionados con la tristeza favorecen una visión positiva, valorando otros aspectos de la vida que hasta ese momento pasaban inadvertidos. Cuando un niño pequeño, o un adolescente (en este caso, más frecuentemente), atraviesa un momento difícil que le produce tristeza, puede desarrollar una visión más madura aprendiendo a valorar aquello que le hace feliz. Un claro ejemplo, son las primeras decepciones con las amistades, que fomentan una idea más fuerte del concepto de familia.
Pero el mejor aprendizaje derivado del sentimiento de tristeza, es en mi opinión, la aparición de empatía. Cuando atravesamos un momento difícil, somos capaces de verlo en otras personas, o viceversa. En las primeras etapas del desarrollo es importantísima la estabilidad que producen modelos alegres y de tranquilidad, en los cuales encontrar armonía vital. Sin embargo, sólo cuando un niño es capaz de comprender el sentimiento de tristeza de su igual, ha desarrollado empatía.
Por último, otro aprendizaje derivado de la tristeza sería el autocontrol. Nuestra infancia hace una valoración de sus comportamientos continuamente. Se preocupa de si está haciendo bien las cosas, si se está “portando bien”. Del mismo modo, aprende día a día de sus emociones tristes. La rabieta, el llanto y ese momento de tristeza que parece que no acaba, es un aprendizaje de cómo funciona su organismo y de la propia capacidad de superación.
IMPORTA SI ES UN RASGO, NO UN PROCESO.
Y para acabar con esta más que didáctica emoción, ¿cuándo preocuparnos?
Es muy habitual que mostremos preocupación cuando los más pequeños de la casa, ya ni que decir en la escuela o instituto, se muestran tristes. Para mí, lo principal es saber diferenciar entre proceso o rasgo.
Si la emoción, es un cambio puntual en el comportamiento del niño, que se produce en un momento dado y con una duración de tiempo limitada, no debe preocuparnos. Como hemos visto hoy, ese estado negativo ayudará a crecer y superarse al niño en cuestión y sólo será cuestión de tiempo que vuelva a su comportamiento habitual. No hay motivo de preocupación si es, como en este caso, un proceso emocional.
Si por el contrario, en un niño es habitual esta forma de comportamiento o de responder emocionalmente a cualquier estímulo (rasgo emocional), será necesario hablar con él para entender a qué viene un sufrimiento continuado. En momentos en los cuales el bullying parece estar a la vuela de la esquina, toda atención resulta vital.
Así, que si ves a tu alumno de la última fila, o a tu hijo el del medio, o aquella niña del parque triste, ya sabes lo que esto puede producir en su comportamiento y que toda emoción tiene un valioso aprendizaje tanto en la infancia, como en todas las etapas de la vida.
La tristeza es la única emoción que te muestra lo que realmente te importa.
Anónimo.
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