psicología viernes, 3 de julio de 2015

EL SÍNDROME DE ESTOCOLMO O PORQUÉ ME GUSTAN LOS CHICOS DEL MAÍZ.

      Esta entrada se la quiero dedicar a la persona que me hace la vida más fácil, a mi compañero de grandes pasos, a mi novio, mi pareja (ese apelativo que tan poco le gusta), el padre de mi niño. Y como en nuestra relación no ha habido un sólo día en el que no me haya reído con él, he decidido hacerlo en clave de humor. Espero que perdonéis la parodia.

      Pues bien, a mi chico lo conocí hablando de música. Como buenos aficionados que somos del mundillo musical "pelexamos" muchas veces por quién es mejor, con el punto de vista del aficionado al fenómeno musical. Desde el romanticismo alemán vs los nacionalismos y folclor clásicos, al rock de los 70 (los viejos muertos, dice él) o el actual que tanto le gusta. Para nosotros siempre hay discusión posible y defendemos nuestros gustos como si no hubiera un mañana. Y lo que Tool ha unido, ya se sabe...



      El caso es, que ambos somos de gustos muy personales para todo y no nos gusta ceder ni un ápice, que es algo que da mucha vidilla, la verdad; pero que además genera las situaciones más cómicas y entrañables que te puedas imaginar. Así que hoy os voy a contar de una de ellas y el porqué de mi padecimiento de Síndrome de Estocolmo musical cuando voy en su coche.

      Pero antes de nada, esto es lo que tienes que saber del popular síndrome de Estocolmo:

      El síndrome de Estocolmo son una serie de síntomas psicológicos producidos en un estado de privación de la libertad o en un secuestro, suceso en el cual el secuestrado inicia un vínculo afectivo con el secuestrador. Esto semeja ser absolutamente contradictorio, pero como todo en esta vida, tiene un porqué.

      El síndrome de Estocolmo comenzó a estudiase debido a los hechos acaecidos en la ciudad de igual nombre en 1973. Estoy hablando del atraco con rehenes que tuvo uno de los desenlaces menos esperados de la historia del crimen. Erik Olsson y Clarck Olofsson intentaron negociar con la policía de la ciudad para salir idemnes del atraco a un banco en el que se encontraban éstos y cuatro rehenes más. Las negociaciones fueron largas y el atraco y retención de rehenes duró hasta seis días; en los cuales, las víctimas llegaron a admitir que se sentían seguros con los atracadores y es más, tenían miedo de una intervención policial. La policía empleó gases lacrimógenos para acabar con el secuestro y de este modo, no resultó herido ninguno de los presentes en el banco Normalmstorg, ante la negativa de colaboración de los rehenes (ya ni hablar de los secuestradores)

      Lo más sorprendente del caso, es que pasado el drama, continuaron las heridas. Durante el proceso judicial, los rehenes, empleados del banco en cuestión, se mostraban reticentes a la hora de testificar en contra de Olsson y Olofsson. Toda la sociedad del momento se preguntaba una única cosa. ¿Por qué?

      Así, a groso modo, la identificación entre agresor y víctima en este caso está fundamentada en el hecho de la cooperación (otro día hablaremos de esto). Ambos (agresor y víctima) quieren salir ilesos de la situación y esto crea lazos de dependencia. De este modo, la falta de control en la situación que mantiene el rehén, lo lleva a cumplir los deseos del secuestrador. Por su parte, el agresor, en este caso, se muestra como la única esperanza para el secuestrado. Y de este modo, se produce la identificación de la víctima con el secuestrador, lo cual conocemos como el síndrome de Estocolmo.


      Pues bien, dejando a un lado la seriedad de este suceso, os contaré que para mí este síndrome se aplica a muchos eventos cotidianos. Cuando nos dejamos contagiar por un ambiente laboral contrario a nuestras ideas, cuando pertenecemos a un grupo que absorbe nuestra identidad, cuando cambiamos por completo nuestra vida para entregársela a nuestros pequeños, etc. 

      Y todavía desde un punto de vista más personal, cuando cambiamos nuestras creencias musicales.

      Vuelvo al inicio, pues.

      Mi formación musical es eminentemente clásica, procedente de mis estudios musicales y de mis gustos personales. A partir de aquí, el jazz, el folk y la música rock en todas sus vertientes son aceptables mientras guarden coherencia con una calidad mínima. Como buena nazi musical que soy, modo en el que muchas veces me llama mi pareja, descartados quedan otros géneros. La música electrónica, el reageton (o como se escriba) o el hip hop, no son géneros que yo escuche. No tanto así como mi novio, el cual dentro de la calidad musical que él requiere, escucha todos los géneros inimaginables. Desde el clutch al zeuhl, del house al hip hop. 



      Tengo que reconocer que para mí fue una gran novedad compartir coloquios musicales con alguien que escuchase rap (seguramente vas entendiendo mejor lo de nazi), pero nunca me creí en la situación de escucharlo también. El caso es que como cada persona necesita de un espacio y necesita de sus gustos propios, en el coche de mi pareja sólo se escucha un género musical. 


HIP HOP. 

Y un grupo de música. 

LOS CHICOS DEL MAÍZ.


      No recuerdo haber escuchado otra cosa en ese coche que ya tiene banda sonora propia. Ni siquiera en los inicios de nuestra relación. Sólo en una ocasión y porque estaba enferma cambió de música y me dejó escoger entre una selección de música rock que llevaba en la guantera. Recuerdo cuan asombrada me sentí al comprobar que en aquel santuario había más música.

      En resumen, cientos de kilómetros entre viajes, visitas a los familiares, cenas, cumpleaños, recados, el súper, con la misma música. Los chicos del maíz. Y qué puedo decir. 

¡¡¡Me encantan!!!

      Y cuánto me cuesta reconocerlo. No veo el momento de que leas esto, nene.

    Al principio pensé que todo era producto del efecto de mera exposición (para saber más pincha en el enlace), pero no. Esto no son los cuarenta principales, como defiendo en la entrada que te propongo. Esto es algo mucho más elaborado, más rebelde, más vivo. Y mientras escucho sus letras entre el sonrojo y el orgullo de críticas contra el estado que oprime, tacos, sátiras, burlas y verdades como puños, me siento como si se apoderase de mí Estocolmo. Porque, ¡¡¡cada día me gustan más!!! Y ahora resulta que en su último disco, hasta son feministas. Estos chicos duros que machacan con sus letras desde el comunismo más radikal. 


      No puede haber otra explicación, le digo a mi chico entre risas. Ha sido un secuestro en toda regla y lo ha conseguido. 




Aguas turbias la clase obrera supura
empresarios nazis contratos basura
Curas en gescartera, mafiosos como Ruiz de Lopera.
ABC con sus mentiras, monarquías a la hoguera.
No más guerras preventivas, no más votos manchados de sangre,
no mas pateras asesinas, no más tanques en Palestina.
Arrogantes fulanas presentando programas,
tele basura en gran hermano y crónicas marcianas.
Me siento solo visionario loco,
mientras el tío SAM no firma el protocolo de Kyoto.
Se rompió el saco por abusar con avaricia.
El 11 de septiembre no fue un drama fue justicia.
Me desquicia una calle en cada pueblo, que pena;
a Cristóbal Colon un asesino de indígenas.
Tienes trabajo fijo? Puedes darte con un canto;
tu jefe es el látigo y los grilletes la letra del banco.
No más burcas, no más maridos bestias.
Nunca más violencia domestica.
No más falsa modestia, no más mezquitas, no más iglesias.
La televisión produce niñas anoréxicas.
Los chikos del maíz gargantas léxicas. 

Trabajadores, de Los chicos del maíz.

 
La atención selectiva:Los chicos del maíz en el Derrame, verano de 2013




 






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